Originalmente publicado en junio del año 2006 en el Foro de los Cuentos Hobbits de El Poney Pisador, me ha parecido oportuno rescatarlo del olvido, para quitar, dicho sea de paso, el polvo a este blog. Ahí va:
«Hallábase el caballero reflexivo, ofuscado en sus pensares,
abatido por la eterna agonía del ser compungido,
y masticando mentalmente el error cometido,
entre doliente melancolía.
El tormento de su menoscabo, ensombrecía su alma,
y su mirada torva, se volvía esquiva frente a los parroquianos, que
disimuladamente, lo observaban.
De pronto, el desvencijado portón abrióse,
y con él, un inesperado rayo de luz se abrió camino
por entre las ensortijadas nubes de su mente.
Bajo el resquicio, la inconfundible silueta de ella
recortaba caprichosamente los haces de luna
que resbalaban regaladamente por cada una de sus formas,
arrancando preciosos brillos a la manera de diamantes entallados.
El caballero púsose en pie tan sólo para caer arrodillado,
con profunda reverencia, frente a la dama, mudo gesto,
que ella comprendió, y el brillo de sus ojos, delator,
atestiguaba su perdón.
La dama adelantó su mano, cálida y tersa,
y mesando su pelo hirsuto, se inclinó sobre él,
y le besó la frente.
Cuando el condonado caballero,
aliviada su alma levantó el rostro,
de sus anegados ojos surgió un incombustible brillo.
Y por fin el rayo de luz encontró su destino.»