
Muchos de los que seguís este blog ya lo conocéis, es un relato que escribí hace muchas primaveras para El Poney Pisador, pero lo dejo aquí, para deleite de quienes no lo han leído todavía, disfrutadlo.
Un nuevo día comenzaba en Bree. El sol se levantaba suavemente sobre el horizonte, y en los tejados de las casas de la ciudad resplandecían con gran fulgor las gotas de rocío, causando con ello la sensación de que por la noche, el cielo estrellado había caído sobre Bree.
Algunos gallos empezaron a cantar a medida que la franja de luz descendía desde los tejados hasta el suelo. En algunas casas ya se empezaban a oír los ruidos mañaneros de siempre, pero en la Posada de El Poney Pisador, sonó un grito nada cotidiano, que alertó sobremanera a las casas circundantes.
Mantecona ya llevaba media hora levantado, realizando su aseo diario, cuando oyó el grito. Dejó sus quehaceres y salió corriendo al pasillo, se dirigió hacia el Salón Común, de donde creía haber oído el chillido. En su turbación, no vio a Nob, que venía de allí y se produjo el inevitable choque en medio del pasillo. Algunos huéspedes se asomaron sobresaltados al pasillo, y vieron con regocijo un revoltijo de piernas y brazos en medio de él. Tras ponerse en pie y mirar de soslayo a Nob, mientras se atusaba la ropa, Mantecona le preguntó:
– Muy bien, Nob, ¿qué jaleo es éste? ¿qué ha sido ese grito?
Nob respiró atropelladamente, y tomando aire, contestó:
– ¡Señor! ¡Hay un cadáver en el Salón Común!
Todos miraron a Nob desconcertados, y luego sus ojos se dirigieron a Mantecona, que avanzó hacia el Salón, haciendo a un lado a Nob. Cuando el orondo propietario de la Posada llegó al Salón, vio horrorizado que el hobbit no mentía, sobre una de las sillas, yacía, con el cuerpo caído sobre la mesa, un cuerpo, sujetando todavía una humeante pipa, con una daga clavada en la espalda.
Salió inmediatamente y ordenó a Nob cerrar el Salón e impedir el acceso a él. Seguidamente se dirigió prestamente a una habitación situada en el piso más alto. Al final de la escalera, sólo existía un cuarto, al final de un largo pasillo. Allí, tras una puerta grande y pesada de madera noble, profusamente tallada, se hospedaba, o más bien habitaba, el Señor Akerbeltz. Sobre Akerbeltz muchas cosas se han hablado, pero no son más que habladurías que se han dicho y que son ciertas. De eso, ya seguiremos hablando en otro momento. Lo importante ahora es que el Maia cornamentado yacía acostado sobre su camastro, y parecía esperar la inminente llegada del posadero, y preguntó cuando éste abrió la puerta:
– Buenos días, amigo Cebadilla, parece que hay tumulto ahí abajo…sin duda algo grave ocurre, ya que venís en mi busca…
– En efecto, señor… debéis acudir presto al Salón Común, un hecho espantoso ha ocurrido durante la noche, me temo que una sombra se hospeda con nosotros.
– ¿De qué se trata, Cebadilla? ¿Alguien acabó con tus reservas de cerveza?
– Eh… no, señor, es mucho peor… ¡Alguien ha sido asesinado en la Posada! ¿comprende la importancia de todo esto? ¡La Posada será clausurada! ¡Corra, venga!
Una vez en el Salón Común, Nob permanecía junto a la puerta impidiendo el paso, mientras Mantecona observaba cómo Akerbeltz se acercaba despacio al cadáver, que yacía sobre la mesa, con una mano agarrada a una pluma y la otra a una corta pipa de fresno. Sobre su espalda, en una posición un tanto forzada, sobresalía una hermosa daga clavada justo sobre el omoplato izquierdo.
– ¡Anda! Por fin aparece la daga que todo el mundo andaba buscando ayer por la tarde… – exclamó Mantecona al examinarla más de cerca – Mandaré detener a su propietario, no hay duda de que la encontró y mató a este huésped.
– ¿Esta daga? ¿desaparecida? ¿qué historia es esa?
– ¿Esta daga? ¿desaparecida? ¿qué historia es esa?
– Verá, mi señor…Vos conocéis los torneos de lanzamiento de dagas que aquí se hacen, que no son del todo de mi aprobación, si vos me entendéis, pues a veces temo por la integridad de los clientes, y la puntería después de varias cervezas tiende a escasear entre la concurrencia, pero es tal la cantidad de apuestas que se hacen, que es difícil prohibir estos juegos, así que para evitar problemas puse una serie de paneles para que pudiesen jugar en la parte del fondo, a fin de evitar riesgos innecesarios…
– Lo sé, pero… ¿qué ocurrió con esta daga que yace hundida sobre este desconocido viajero?
– Verá, señor… ayer por la tarde se organizó un torneo, y todo parecía transcurrir a las mil maravillas, cuando de pronto se armó un alboroto y cuando me acerqué a ver, discutían sobre la desaparición de una daga. Según parece, el participante lanzó su turno y la daga desapareció, ahora lo veo claro todo, encontró el medio de hacer creer delante de todo el mundo que su daga había sido robada… Según la descripción que me dio, no puede ser otra que la que ahora luce sobre la espalda del muerto.
– Mmm, curioso, y… ¿puedo saber cómo se llamaba este viajero?
– Sólo sé que se llama Ward, y que procede de Rhovanion, parecía un comerciante camino del Oeste.
– ¿Y quién fue el último que lo vio con vida? – preguntó el cornamentado.
– Cerré la puerta de la posada pocos minutos después de la medianoche, como siempre, y tan sólo quedaron dentro del Salón Común unos pocos huéspedes. Cuando me fui a la cama dejé a Nob al cargo de la barra. ¡Nob! ¡cierra la puerta y acércate!.
Nob echo el pestillo a la puerta y se acercó religiosamente a Mantecona y a Akerbeltz, que lo miraba pensativo.
– Dime, Nob… – inquirió el Maia. – ¿qué ocurrió cuando Cebadilla te dejó al cargo de esto?
– Verá, mi señor, cuando mi jefe aquí presente marchó a su habitación, en el Salón Común sólo quedaban dos personas. El muerto, que estaba sentado junto a la chimenea, y otro huésped, de rostro cetrino, sentado justo enfrente de donde está el muerto. Les pregunté si querían alguna cosa más, ya que en breve me iba a ir a dormir; el de rostro cetrino me contestó si tenía algún juego de mesa, y el que aquí yace me contestó que le sirviera una última pinta y… – Nob tragó saliva y mirando al cadáver, añadió – … y a decir verdad, parece que fue su última pinta.
– Estás seguro de que no había nadie más en el Salón, ¿verdad?
– Muy seguro, señor, siempre miro por todo el Salón Común, para recoger jarras vacías, o bien para asegurarme que la chimenea esté al mínimo, para evitar males mayores.
– ¿Y qué ocurrió luego?
– Serví la pinta y le di al otro un juego de mesa traído de más allá de las Tierras de Rhûn, llamado ajedrez. Estuvieron jugando un rato y cuando terminaron me marché a dormir. El hombre de rostro cetrino me imitó.
– Bien, muchas gracias Nob. – contestó Akerbeltz – Nada más.
– Señor Akerbeltz, cuando usted me diga mandaré a Nob en busca de la Guardia para que vengan a apresar al dueño de la daga, se hospeda en la habitación número 23.
Sin hacer caso a Mantecona, el Maia se acercó a la diana que había al fondo, y la examinó de cerca. Luego miró los paneles y observó el Salón Común en silencio. Al poco, se acercó de nuevo al muerto y extrajo la daga con sumo cuidado, la sopesó y la envolvió cuidadosamente en un pañuelo.
– Acércame esa silla alta, Cebadilla. Y colócala encima de la mesa, cerca del cuerpo.
El posadero realizó la tarea y sujetó la silla, mientras Akerbeltz se subía a la mesa y luego a la silla, con la daga aún envuelta en el pañuelo. Desde abajo, Cebadilla no veía muy bien lo que hacía el Maia, le pareció que miraba el techo con profundo interés. Al poco, el Maia bajó al suelo de un salto. Y se acercó a Mantecona sonriente.
– Bueno, creo que debería dejar dormir un poco más al cliente de la número 23.
– ¿Lo dice de veras? ¿Por qué?
– Porque él no mató a nadie. A no ser que las dagas tengan vida propia. Te contaré lo que ocurrió. Durante el torneo de dagas, uno de los participantes lanzó la suya, con tan mala fortuna que dio en el borde metálico de la diana, aún se puede ver la muesca si se fija con atención. La daga salió disparada por encima de los paneles, clavándose en una viga del techo. Por supuesto, nadie que estuviese dentro de los paneles, pudo ver dónde cayó la daga, nadie miró hacia el techo. El dueño pensó que se la habían robado y se formó el tumulto. Más tarde, de noche, el desgraciado que tenemos aquí, fue a sentarse justo bajo la daga clavada en la viga. Se quedó dormido encima de sus papeles, para no volver a despertar, puesto que el peso de la daga hizo que se desprendiera, horas más tarde, cayendo verticalmente de punta, como corresponde a una buena daga equilibrada para ser lanzada, clavándose en medio de la espalda del dormido y causándole la muerte casi instantánea.
– ¡Válgame el cielo! De ahora en adelante no dejaré entrar más dagas en la Posada, y diré a Nob que mire también el techo… ¡y yo pensando que teníamos a un asesino entre nosotros!
– No tan deprisa… dije que el huésped de la número 23 no había sido el asesino, a menos que las dagas tengan vida propia y puedan dirigirse a voluntad, pero quien sí tenía vida propia, y vio dónde había ido a parar la daga era el hombre de rostro cetrino, él advirtió que la daga caería en cualquier momento, y espero pacientemente, invitando al viajante a jugar una partida de ajedrez a altas horas de la noche, bajo una guillotina…